Ando de vacaciones entre Saramago y Andrés Caicedo, viajo entre Libros Juego y uno que otro texto en “franchute” (pa’ ver si no pierdo lo aprendido). Me acabo las uñas con el mundial, el de verdad mientras dura y el de Pro Evolution Soccer 2010, que no tengo que esperarlo cada cuatro años, y cuento, cuento cuentos en
En estos días no quiero salir tanto de casa. Sólo salgo a contar, a reunirme con unos nuevos amigos que hablan de publicidad y comunicación y me tomo uno que otro jugo con viej@s conocid@s. Sí, estoy remplazando el tinto. Hablo de arte como si supiera y de escribir como si lo hiciera bien. No canto ya, mi voz tiene miedo, mis dos guitarras están llenas de polvo y cada una con una cuerda rota, siempre es la cuarta. Escribo pa’ distraerme, no sé que digan los escritores de eso, dirán que escribir no es una distracción sino un oficio, o, los más extremistas, la vida. Yo escribo sin papel, sin lápiz, sin teclado, pero cuando se me ocurre dejar testimonio de lo que pienso, caigo de buen agrado en corregir y corregir lo que escribo. Saber escribir es saber pensar, y como humano que soy, indeciso, mutante, corrijo lo que pienso.
Ahora bien, dejemos de divagar y vamos a lo puntual. Ahora me quedan dos cuentos por pasar en limpio, uno de ellos ya lo escucharon en la colina y aún no tiene un título fijo, por ahora lo llamo “Quién no quebró al marrano”. El otro es el relato a lo Santo de “La gente buena del campo”, una historia de la escritora norteamericana Flannery O'Connor, que conocí gracias al profesor Gabriel Alzate.
Un cuento más se va del Blog, Don Juan el loco, ahora a esperar a que lleguen otros. Paciencia mis amigos lectores, paciencia…
Jhohann Castellanos Lozano, El Santo.