16 de julio de 2008

Una pequeña ronda

Vendamos gaseosas mientras el lobo no está aquí, ¿lobo está?
¡Estoy subiéndome al camión!
Vendamos papas fritas mientras el lobo no está aquí, ¿lobo está?

¡Estoy llegandoooo!
Vendamos lo que podamos mientras el lobo no está aquí, ¿lobo está?

¡Por fin llegué!...

Seguramente usted no encontró coherente la letra que compuse para la famosísima ronda infantil que muchos niños colombianos cantaron, sin embargo, esta podría ser la que canten cientos de vendedores en Santiago de Cali mientras ocupan los espacios públicos para realizar sus ventas. Los vendedores ambulantes son los gitanos de nuestra nación, que extienden un paño, una maleta, una caja o una nevera gigante sobre una acera transitada para vender cualquier cosa que se pueda, destinados a esto porque simplemente no poseen los estudios suficientes para aspirar a un puesto con prestaciones sociales, en un territorio regido laboralmente por la ley maternal más famosa “estudie que hasta para barrendero hay que ser bachiller”.

Usted como yo, quizás los ha visto mercadear en sitios turísticos alguna artesanía, o en el centro de la ciudad gritando ¡el ultimo de Juanés! maravillosamente antes de ser compuesto por él. Estos personajes que se han convertido en parte del paisaje de la ciudad, tan semejantes a Cristo Rey o a las tres cruces, todos los días corren el riesgo de ser atrapados por un grupo de policías. Los “gitanos” siempre salen a jugarse “el plante”, pendientes simplemente de un código muy colombiano que les ayuda a escapar de las oleadas de recogida, sobre todo en el centro de la ciudad, donde es más rigurosa la persecución. ¡El lobo, el lobo!... una alarma desconocida para los transeúntes, al menos hasta que uno termina envuelto en medio de la situación.

No es relevante ahora el motivo por el cual la gente visita el centro de Cali, puede ser por ahorrar unos pesos, por accidente, o porque existen artículos que exclusivamente se consiguen allí; a la larga, alguna vez nos vemos metidos en una de las grandes aventuras de la ciudad, si señor, como acabó usted de leer, pues para muchos visitarlo es toda una aventura, y más cuando se busca un objeto extraño, como aquellos que piden a los niños para el colegio… que sé yo, talvez un papel amarillo magenta, o una puntilla de tres cabezas para colgar un cuadro. Ahora bien, no importa en que ingrese a la zona, si lo hace en su carro se arriesga a vivir la peor de las congestiones, (sin contar el tiempo que se pierde localizando un parqueadero con cupo) si por el contrario es víctima del transporte público masivo, la congestión se traslada al interior del vehículo, convirtiéndose en catador de olores ajenos y masajista de curvas desconocidas.

Cuando por fin usted está de pie inmerso entre las primeras nomenclaturas de la ciudad, surge aquel instinto de supervivencia que le obliga a punta de empujones a caminar entre los ríos de gente que se desplaza por las orillas de la calle, exponiéndose a que le piten en el oído pues la acera está ocupada por el convoy comercial; definitivamente parece imposible imaginar en el día una acera solo para peatones. Ahora no se asusten los extranjeros que leen esto, no es todo así de catastrófico. Un ejemplo del buen uso del espacio público podrían ser los accesos a las oficinas de La DIAN, tan cómodamente despejados. Les recomiendo visitar ese maravilloso lugar, de paso pueden compran un libro bien empastado de “Cien años de soledad” a mitad de precio del que se consigue en la librería nacional, tranquilos que no son piratas, eso sería imposible pues los venden frente a “La DIAN”. No pretendo decir que el peatón está condenado a vivir constantemente estos peligros, existe increíblemente, como en los cuentos de magos y hadas, una frase que puede liberar todos los andenes de forma inmediata.

Una tarde de la semana caminaba por el centro en busca de un martillo de tres cabezas, cuando escuché un grito que se expandió como replica entre los vendedores ambulantes, ¡el lobo, el lobo!... fue aquel día en que presencié por primera vez una estampida humana, era absurdo, todas la mujeres y hombres comenzaron a gritar lo mismo mientras agarraban en segundos sus cosas he iniciaban su carrera en sentido contrario de donde provenía el primer grito, no les importaba que se cayesen algunas cosas, pues el objetivo era salvar la mayoría de su mercancía. Confieso que al ver las caras de angustia sentí miedo, imaginaba alguna catástrofe que había escapado a mis ojos. Antes de correr como loco, analicé el grito de alarma ¿el lobo?...fue allí cuando vi la causa de la situación, un camión lleno de policías cruzaba por la esquina, listo para recoger a cualquiera que hubiese calificado como falsa la voz de alarma. Recogieron la mercancía de varias personas, infortunadamente entre ellos cayeron algunos que por su edad no pudieron salir corriendo con sus cosas.

A pesar de lo incomodo que resulta caminar en muchas ocasiones por la calle, no juzgo a los que como guerreros salen a ganarle la batalla al desempleo; quizás sea porque ahora me confronta esa cara de la moneda desconocida para mí, esos gritos desesperados de señoras a las que les habían decomisado su mercancía, gritos ahogados en lágrimas y necesidad, impregnados de improperios hacia los oficiales que continúan siempre su labor. Algunos de estos policías confiscan sin mostrar debilidad, otros viven el choque evidente de emociones, pues como los vendedores, también tienen que llevar comida a sus casas y no poseen otra alternativa, simplemente cumplen órdenes. Aquellos policías no tienen colas largas o sus caras cubiertas de pelos, aceptan ser llamados “el lobo” y asumen el rol como tal. Varias veces en la semana ellos comienzan la ronda que alguna vez de niños jugaron, cruzando lentamente en la esquina para que todo el que se pueda escapar lo haga, quizás porque saben que el problema no se soluciona solo con sacar a la gente de allí.

Lo más curioso de este hecho es que unos minutos después de partir el camión, todo vuelve a la normalidad, se llenan los andenes, vuelven los gritos, los comentarios sobre este y el otro, como corría aquel, y la mala fortuna de fulano; en ultimas todos los colombianos estamos unidos en una sola causa, vivir cada vez mejor, reír para no llorar, reírnos de nosotros mismos, intentando que nadie se ría sin nosotros.


PERLA:

- A la buena señor don “tommbooo”... no me decomise los “Cidisss” que me quedo sin plante…
- ¡A ver individuo, no moleste más! ya le dije que estos no los he escuchado…



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me pare muy acertado el texto.. Es triste ver como las personas que se rebuscan el dia a dia, son literalmente atropelladas a causa de la incomodidad de Pocos.

Me parese que las autoridades municipales deberian de formular una mesa de trabajo conformada por vendedores de la calle y mienbros gubernamentales.. Y asi llegar a soluciones conjuntas que sirvan para el desarrollo de todos...

Me largo no jodo mas.. Ha y ahy perdonaran el tropello a la ortografia....

HADARK dijo...

Mis amigos "ambulantes" como comunmente se les llama se ven obligados a vivir de esta manera pues tristemente estamos gobernados por una manada de imbeciles que se desgastan un dia completo pensando si el chontaduro se debe o no permitir en el recinto...(dato que escuche hace poco) imaginate entonces!!!
Personalment en Popayan tengo muchos amigos que se ganan la vida de esta manera y mis palabras se quedan cortas cuando los he visto correr, cuando alguno de ellos llora en mi hombro despues de que le han tumbado todo y para colmo les toca re-comprar la mercancia a los "tombos".
A esos hermanos mios los llevo en el alma!!! y al bendito lobo ps q te dire... ellos cumplen tambien ordenes aunque no sean de mi agrado los hombrecitos verdes... chau se le quiere jaja