8 de febrero de 2009

Voy a mentir...


Hago parte de una familia común y corriente y ocupo un lugar privilegiado; mi núcleo fuerte lo integran papá, mamá y tres hermanos mayores, es decir, soy el hijo menor y también el hermano menor; como dice todavía mi madre, soy “el niño de la casa”. Nací en un hogar cuya conformación me expuso a cinco educadores constantes, fuentes de conocimiento que expresaban las costumbres y formas correctas de proceder.

Recibí una educación basada en las interpretaciones que mis mayores le daban a la vida, fundamentada en aquellos preceptos heredados de los abuelos y que en su mayoría obedecían a la religión católica. Fui instruido en esa corriente desde pequeño y me dieron a conocer un conjunto de normas que sembraron en mí una ley, una línea que demarcaba los comportamientos correctos y los incorrectos.

Dentro de aquellas normas que se promulgaban existía la de no mentir y mi deber, como el de todos, era decir siempre la verdad ante cualquier pregunta. La regla rezaba que si decía mentiras, hacía algo incorrecto, reprobable y por lo tanto merecedor de castigo; por el contrario, si siempre respondía con la verdad sería recompensado por Dios. Toda la norma era reforzada por un inciso que se anteponía: la omnisciencia del Señor y la imposibilidad de engañarle, además de la excelente relación entre Él y mis padres, situación que anunciaba más temprano que tarde la revelación de toda la verdad. Como quien dice, ante semejante discurso yo estaba agarrado por cabo y rabo.

Pienso que, de alguna manera, todo aquello me daba temor… pero por lo visto, no el suficiente. Según mis hermanos yo era un frecuente inventor de mentiras y en consecuencia, un experto en recibir regaños y fuetazos. Mi madre, por ejemplo, me decía cada vez: “no diga mentiras que se le crece la nariz como a Pinocho”... (Muchas veces mentí frente al espejo, esperando que aquello sucediera y nada, nunca pasó).

Mi padre por el contrario era más práctico; cuando yo decía alguna mentira él no decía nada, solo me miraba con cara de terror y salía caminando rápido hacia el patio para traer de regreso el palo de la escoba, quizás pensaba que la razón por la que no me crecía la nariz como a Pinocho era porque a mi cuerpo le faltaba madera y en su “infinita sabiduría” lo único que se le ocurría era fusionarla a golpes con mis piernas.

Mi familia me enseñó a hacer lo correcto diciéndome mentiras, de niño las escuché sin repararlas, llegaban a mis oídos disfrazadas de educación. El problema de este método educativo es que no se puede sostener a medida que crecemos, pues al paso del tiempo todo lo cuestionamos y refutamos con mayor inteligencia, sin embargo, debo admitir que aprendí buenas cosas por medio de mentiras.

El problema real se daría en la adolescencia, al igual que la mayoría de los adolescentes me presenté solo ante la sociedad para vivir aquel proceso en que se pasa por fuego todo, incluyendo, el acto de mentir. Fue así como “El niño de la casa” caminó por aquella senda y descubrió en la mentira una herramienta de vital importancia para sobrevivir. Por ejemplo, a las chicas les gustaban las mentiras y yo les daba gusto, les decía: eres preciosa, bella, bonita, eres la única, nunca te he mentido, etc. Podía mentir a cualquiera, a mi familia, a mis amigos y hasta a mí mismo. Junto a esta práctica deliberada surgieron algunas consecuencias nefastas, perdí amistades, puse en problemas a mi familia, me creí enamorado y por supuesto, tuve muchas discusiones. A punta de tropiezos comprendí lo que trataban de enseñar mis padres, que hay mentiras que hacen muchísimo daño.

Hoy no hablaré de la Verdad como algo inmaculado, absoluto, o de la Mentira como algo despreciable. No confiaré en los filósofos de renombre porque no he leído todos sus escritos. Obedeceré a mis padres, que me enseñaron a caminar con la cabeza levantada, procurando andar liviano, sin cargos de conciencia, intentando no dañar a nadie. Mis progenitores me enseñaron a ser honesto, leal, transparente, y si en el ejercicio de mentir logro respetar estos valores, no veo entonces un acto condenable.

Miento, pero de forma consciente, conservando un objetivo claro. Ahora hago uso del engaño de una manera distinta, le encontré un sentido útil a la mentira y por eso narro cuentos. En el acto de contar miento sin mesura, pero con responsabilidad. Yo creo en aquel engaño que es descubierto por el Otro con agrado, en donde no existe una treta macabra. La mentira que se plantea con un mal fin, es para mí detestable. Por eso encuentro en ella un condimento especial, que en ocasiones uso para hacer reír, (…no había ni una mujer bonita, mejor dicho, si hubiese hecho un caldo de feas habría quedado espeso) en otras para educar (… y por eso, si maltratamos a los amigos, nos podemos quedar solos como el gigante de tres cabezas) y hasta la he usado para poner a salvo alguna pertenencia (…seguro señor ladrón, yo no tengo más plata).

Pero… ¿Qué me dicen las buenas costumbres al respecto?... ¿lo que hago es incorrecto? Recordemos: mentir, incorrecto; decir la verdad, correcto. No, para mí mentir no es incorrecto ni correcto, todo depende de su uso; mis familiares, por ejemplo, usaban las mentiras para bien, algunos podrían llamar a eso “mentiras piadosas” pero la verdad es que aunque sean piadosas o no, no dejarán de ser mentiras. Realmente muchos desconocen el fondo del acto de mentir, sólo se limitan a reprender y juzgar. Ahora bien, no voy a discutir aquí eso del "fondo", eso implicaría un tratado filosófico sobre la Mentira y no es el objetivo del escrito.

El final de este texto es sencillo. Mi oficio es ser mentiroso de buenos fines, de creaciones útiles, y si alguien quiere contradecir lo dicho, tendrá que negar primero lo que causo en el público que me escucha. Hoy sólo sostengo lo siguiente: yo verdaderamente creo en la mentira, en eso, no les voy a mentir.

Por: Jhohann Castellanos El Santo

3 comentarios:

NubE dijo...

Gracias por Mentir tan bien... al menos yo, seguiré creyendo en tus cuentos.
Andrea

Anónimo dijo...

pues que te digo,, me encanto tu carta de presentación, buen fundamento!!! me divierto mucho con tus cuentos, si por mi fuera iria cada 8 dias a san antonio, espero que sigas teniendo tanto exito como hasta ahora. Besos... Liz

Unknown dijo...

"eres un mentiroso de buenos fines....buenos fines de semana"